–Compartiste escenarios con primeras figuras como Julio Bocca. ¿Qué pasos te quedan por dar?

–En esta carrera nunca se termina de dar pasos. Tenés que seguir para adelante y es un esfuerzo constante, y pasan los años y cuesta cada vez más, porque requiere muchísimo esfuerzo físico. Hace dos años hacía cosas sin calentamiento y me salían regias, si ahora hago lo mismo al día siguiente no me puedo mover. Además cada vez hay más bailarines, más jóvenes, que llegan con más talento. Antes el ballet era más el movimiento puro, la cosa refinada, los brazos, la actuación, ahora es mucho más técnico. Un bailarín tiene que hacer dos piruetas limpias, terminarlas y chau. Cada vez es mayor la competencia, entonces hay un constante trabajo y aprendizaje.

–Se dice que el ballet crea obsesivos. ¿Sos muy perfeccionista?

–A veces tendría que ser más. Yo quiero dejar claro una cosa: yo adoooro lo que hago, amo lo que hago y le dedico cien por ciento. Pero sé que hay otras cosas, que la carrera del bailarín es corta, no dura toda la vida, que se te puede ir en un momento, porque lamentablemente –toco madera– un día te torcés un pie, o te quebrás algo, y quizás te recuperes pero no volvés a ser la persona que eras. Y toda esa magia se te termina en un segundo. Por eso le digo a todo el mundo que estudie. Yo no terminé sexto de liceo y es algo que me queda en el tintero. Me gustaría terminarlo, pero aunque quisiera no podría. Por ahora prefiero hacer fouettés que agarrar un libro. Cuando no los pueda hacer, agarraré el libro. El saber no ocupa lugar, especialmente acá, donde el futuro del ballet es muy incierto.

–¿Nunca te enojaste con el ballet, con ese esa tiranía de las formas y las líneas?

–Sí, es una calentura constante. La eterna lucha de la abertura. Hay días que te vas del salón totalmente frustrada, pero luego sucede algo que te hace sentir mejor. Pasa lo mismo cuando bailás. No todas las funciones son iguales, ni en todas las funciones va a salir todo perfecto. Hay funciones en que te caes, te levantás y tenés que seguir. A veces quedás llorando, yo lloro por todo.


–¿Cuál es el gran premio de una bailarina?

–Salir al escenario, mostrar todo lo que ha trabajado durante meses. Ya sea en el Metropolitan, en el Conrad o en el Sodre. Es allí cuando tanto sacrificio, tanto desgaste, tantas horas, valen la pena. Para esas cuatro mil, trescientas o diez personas te aplaudan. Eso es lo máximo.

–¿Qué se siente en esos momentos?

–No sentís. Volás.

–¿Creés que ya cumpliste tu sueño?

–No, todavía no. Es larguísimo el sueño. Es muy personal. Pienso que la meta es llegar a ser primera bailarina. Si en algún momento llego, entonces se me va a cumplir el sueño de la carrera.

–Como solista estás a un paso...

–Si, pero a veces cuesta porque hay mucha gente en lo mismo. Tenés que trabajar y ganarte tu lugar día a día. El día que llegue, el sueño será estar satisfecha durante ese periodo, y cuando se termine eso, mi sueño va a ser formar una familia. Como ves, tengo varios sueños.





Copyright © Revista Paula diario El Pais. Todos los derechos reservados

Optimizado para una resolución de monitor de 800X600
<%certificaPath="/suplementos/paula/"%>