Uruguay 2002
Aunque el cambio es lo único permanente en la historia de las civilizaciones, los países y las personas, ciertas transformaciones todavía ponen los pelos de punta a más de uno y amenazan seriamente la salud física y mental de los seres humanos. ¿Cómo reaccionan los uruguayos ante el vértigo de los cambios actuales?
Por Silvana Silveira


A Heráclito le sobraba razón: nadie se baña dos veces en las mismas aguas. Todo cambia, y aunque en muchas ocasiones no sean bienvenidos, y en otras difícil de provocarlos, los cambios son la única constante a lo largo de la vida.

Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Pero lo cierto es que los cambios se vienen sucediendo a un ritmo cada vez más vertiginoso, y nada se compara con el aluvión registrado en los últimos tiempos: bio-tecnología, software, inteligencia artificial, robótica, clonación. En las dos últimas décadas, el mundo superó con creces el conocimiento acumulado en más de diez mil años.

Por si fuera poco, también se transformaron los modelos culturales, los paradigmas teóricos, las ideologías, y las creencias colectivas e individuales.

"La velocidad y discontinuidad de los procesos culturales, económicos, y tecnológicos someten a toda la sociedad a profundos cambios para los cuales no estamos adecuadamente preparados", anticipa el siquiatra uruguayo Alvaro Lista.

Para rematar, cada una de esas personas aturdidas ante tanto cambio exógeno también ha de experimentar, aunque a otro ritmo, los suyos propios. Desde el nacimiento hasta la hora de la muerte, el organismo de un ser humano cambia a tal grado que, cada siete años, todas las células de su cuerpo son reemplazadas.

Además, a las transformaciones físicas deben sumarse las que modifican los sentimientos, aspiraciones, y necesidades de cada persona, que también varían con el transcurso del tiempo.

En ese escenario, el desafío se multiplica. "No sólo importa la cualidad y cantidad de las transformaciones, sino también la velocidad a la que se producen. En ese sentido, los cambios se convierten en factores de riesgo para el desarrollo de patologías individuales y sociales vinculadas a lo que podríamos denominar la sociedad del estrés", agrega Lista.

Estados Alterados

Ante semejante panorama, no es raro que la mayoría de las personas se sientan desbordadas física y emocionalmente. Sin embargo, filósofos y pensadores de todos los tiempos han coincidido en que resulta más saludable no resistirse a la alquimia transformadora del cambio.
Claro que eso no se consigue de la noche a la mañana. En general, cambiar implica hacer algún que otro esfuerzo y atravesar un periodo de caos: tomar conciencia, repensar las cosas en todos los planos, proyectarse y definir estrategias antes de pasar a la acción.

"El cambio implica siempre un desafío adaptativo, una presión o fuerza a un equilibrio o armonía. En este sentido, siempre desencadena reacciones positivas, como el aprendizaje y la adquisición de destrezas; o negativas, como amenazas o temor frente a lo desconocido", resume el siquiatra.

Todo cambio supone, en mayor o menor grado, avanzar hacia un destino no conocido. Por eso, cuando los cambios llegan sin anunciarse suelen suscitar actitudes de rechazo, repliegue, miedo, dolor, tristeza, incertidumbre, y ansiedad. Otras, pueden desencadenar severas depresiones.

Las actitudes más frecuentes ante una situación de cambio imprevisto son negarse a aceptarlo, resistirse, sentirse frustrado, y mostrarse irritable. "Todo lo cual produce desesperanza y paralización, confirmando en la realidad todo lo malo que se intuía el cambio iba a producir", dice Lista.

Por el contrario, desarrollar un pensamiento abierto, trabajar en equipo y promover la participación comunitaria, estimulan las capacidades para afrontar el cambio y favorecen la adaptación, así como la resolución positiva del desafío planteado.

El sicólogo austríaco Paul Waltzlawick, autor de El Cambio, formación y solución de los problemas humanos, estudió la forma en que una persona puede cambiar su actitud para romper un círculo vicioso y provocar el cambio. A su entender, lo primero es definir lo que hace falta modificar, aclarar la mente, y ver el problema desde diferentes puntos de vista. El cambio podrá llegar de manera inesperada, pero difícilmente acontezca si uno lo espera de manos cruzadas. Por absurdo que parezca, una persona con insomnio sólo consigue dormirse si trata de quedarse despierta.

Química cerebral

Frente a los cambios, el cerebro es el centro de percepción y ejecución. Controla las respuestas adaptativas de los tres grandes sistemas informativos: el cerebro en sí mismo, el sistema endócrino, y el inmunológico.

Según Lista, los cambios que generan mayor estrés son aquellos vividos como una amenaza o los que implican un desafío difícil de resolver. No tener control de la situación desafiante afecta sicológicamente, produce miedo, irritabilidad, agresividad, desesperanza, desmotivación, y pérdida de la autoestima.

Físicamente, esos trastornos pueden llevar al aumento de la presión arterial y la secreción gástrica, producir taquicardia, e incluso obesidad.

En lo social, pueden conducir al aislamiento, al abuso de drogas, a un cambio en los patrones conductuales, a una baja de la productividad y al ausentismo laboral.

Los cambios que son vividos como amenaza y duran en el tiempo implican múltiples y complejos sistemas neuronales. "Pérdida del puesto de trabajo, empobrecimiento, o problemas conyugales severos pueden resultar en estrés agudo o crónico", consigna Lista antes de ensayar una explicación biológica del asunto: "el sistema neuronal CRH está compuesto por múltiples grupos neuronales que se activan frente a toda situación de amenaza y preparan al individuo para la lucha o huida, ayudándolo a preservar su integridad y la de la especie. Sus efectos son positivos si la respuesta es por poco tiempo, pero si su producción sigue (como en el caso del estrés crónico) los efectos son devastadores y van desde la producción de una patología mental (depresión, ansiedad, angustia y neurodegeneración), a lo somático (arterioesclerosis, diabetes tipo II y obesidad).

¿Y por casa?

Teniendo en cuenta que las determinantes culturales y sociales desempeñan un papel importante en las capacidades de afrontar lo nuevo, ¿cómo se comportan los uruguayos frente a los cambios?

El sociólogo Rafael Bayce no duda en afirmar que el uruguayo es muy snob con respecto a la cultura material (el mundo de los objetos, ídolos y modas), y muy resistente a los cambios en la cultura ideal (sistemas de creencias, actitudes e ideas). Esto es más evidente entre los jóvenes de culturas urbanas que entre los adultos y ancianos. "Hay un elevado porcentaje de adopción de Internet, pero una muy lenta aceptación de los idearios políticos novedosos, de instituciones sociales no tradicionales, de mecanismos de representación no electorales o partidarios. Se desconfía de las novedades y retrovigencias de la posmodernidad", explica el sociólogo.

A su entender, los uruguayos no han sido históricamente reticentes a los cambios, ni se resisten indiscriminadamente a ellos. Cuando lo hacen, los motivan dos razones: "existe en la población un alto porcentaje de ancianos en medio de un mundo en cambio acelerado.

Por otra parte, los uruguayos son reticentes a cambiar en aquellas cosas que han generado éxito o satisfacción en el pasado. Se tiende a esclerosar la fuente y modos de gratificación, placer y éxito, sin concientizarse adecuadamente de la relativa imposibilidad de obtener lo mismo de las mismas fuentes y modos. La nostalgia dorada afecta preferentemente a quienes han disfrutado en el pasado o han sido convencidos de que en el ayer están las fórmulas satisfactorias del hoy", sentencia Bayce.

Por su lado, el siquiatra Alvaro Lista opina que los uruguayos son conservadores y nostálgicos. "Hay una resistencia intrínseca al cambio. Aunque éste sea inevitable, se lucha por impedirlo en lugar de poner energías en comprenderlo, adaptarse, y desarrollarse gracias al cambio. Este es un gran problema nacional que conlleva situaciones de riesgo en lo personal y un gran bloqueo en lo social para aprovechar las enormes oportunidades que se asocian al cambio".


Homo mutantis


El miedo a lo nuevo es tan antiguo como la humanidad. Y aunque ésta haya recorrido miles de años, aún persiste el temor a lo desconocido. "El dolor del mundo y el miedo a la libertad tienen su remoto origen en la noche de los tiempos cuando comenzó la aventura humana, y renacen con cada nueva generación, cada vez que ella percibe el desafío de su futuro y descubre la insuficiencia de los medios heredados para encararlo exitosamente", explica en Montevideo el filósofo Einard Barfod.

"Los hombres sueñan futuros, diferentes a los heredados, e intentan realizarlos. Imaginan e inventan, conservan eso que idean y crean así gradualmente un tesoro de métodos e instrumentos materiales e inmateriales para encarar nuevos emprendimientos que mejoren su calidad de vida. Cada generación hereda lo que la generación anterior pudo atesorar, pero a su vez se siente acosada por el futuro novedoso que se perfila ante ella, y se ve obligada a inventar y poner a prueba sus inventos", agrega el filósofo uruguayo.

¿Qué sociedades se adaptan más fácilmente a los cambios?
Según Bayce, las sajonas y occidentales estarían generalmente más inclinadas a adoptar cambios endo o exógenamente generados, y son más permeables a las transformaciones. Han desarrollado y vivido una cantidad de cambios a lo largo de su historia, y han tenido culturas y sistemas de creencias menos ancladas en tradiciones antiguas y secularizadas. "Cuanto más antiguo es el sistema de creencias culturales y revelaciones trascendentes, menos propensión al cambio", explica el sociólogo.

Sujeto a las improvisaciones del destino o la suerte, e inmerso en el caos de la existencia, no hay individuo que se libre de tener que enfrentar difíciles pruebas. En diferentes latitudes y épocas, millones de personas sintieron que su futuro se angostaba en un túnel de difícil salida.

La muerte de un ser querido, una enfermedad repentina, la ruptura de una relación de pareja, la pérdida de un trabajo, el simple paso del tiempo. Un mismo evento es vivido en forma diferente de acuerdo a la edad, educación, historia personal, y situación actual de cada individuo.

El siquiatra y escritor Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido, se preguntó por qué durante los años oscuros de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos vivían al borde de la muerte y la desesperación, unos esperaron su hora en los campos de concentración con la cabeza en alto, mientras otros se entregaron a su aflicción y se dejaron morir. Frankl concluyó que las circunstancias no son tan importantes como la actitud que uno tome ante ellas.
Hay quienes sostienen que los cambios inesperados son grandes maestros: aunque duelan, pueden hacer que una persona crezca, o descubra una fuerza interior para sobreponerse apelando a las propias creencias, utopías, ética, o simplemente al deseo de vivir.

En cualquier caso, hacer frente a los cambios, ya sean deseados o inesperados, es aceptar la vida en su totalidad.


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