Aunque
todos son parientes, y coinciden a menudo en las audiencias judiciales,
ninguno se habla. "Esto es una sucesión que lleva años",
explica una funcionaria acostumbrada a ver escenas de ese tipo en la
puerta de un juzgado.
Hubo un tiempo en que esos mismos parientes almorzaban juntos todos
los domingos, brindaban en Navidad y Fin de Año, bailaban en
los cumpleaños y hacían regalos a hijos y sobrinos cada
Día del Niño. Después se gritaron de todo: "ladrón",
"a papá nunca lo quisiste", o "vos siempre fuiste
una interesada".
Hoy, los hermanos casi no se dirigen la palabra y la madre llora. Todo
por una fracción de campo que el padre quiso conservar para bien
de su familia, ahora peleada a muerte.
Herencias y testamentos suelen reflotar viejos fantasmas y sacan a relucir
lo peor de la condición humana.
De un día para el otro, los primos adorados se enemistan a un
grado impensable, los hijos quieren desalojar a la madre de la casa
en que vivió toda la vida, aparecen familiares perdidos resueltos
a quedarse con alguna tajada, y hay hasta quien comete un crimen para
adueñarse de una pequeña -o gran- fortuna.
"Los afectos y las emociones perturban y se sobreponen a los intereses
de quien testó", se lamenta el abogado Héctor Viana
Martorell, que acumula años de experiencia en sucesiones y pleitos
familiares.
Sin embargo, los testamentos y las herencias también son una
caja de Pandora de la que pueden asomar sorpresas más divertidas:
gente decidida a dejarle todo a su mascota, tiranos empecinados en seguir
gobernando el destino familiar desde el más allá, calculadores
que se las ingenian para desheredar a determinado pariente, maridos
vengativos que impiden que la mujer eche mano a lo que le corresponde.
Que
se arreglen los vivos
Cuando un uruguayo muere sin dejar testamento, sus bienes se
distribuyen por Sucesión Intestada.
Existe un orden de llamamiento, por el cual se va convocando a los
parientes, desde los más cercanos hasta los más lejanos.
Primero figuran los descendientes (hijos, nietos y bisnietos), después
los ascendientes (padres, abuelos y bisabuelos) y el cónyuge.
Después hermanos, hijos adoptivos no legitimados, y padres
adoptantes no legitimados.
Luego toca el turno a los tíos, y por último heredan
los primos. Todos estos constituyen lo que en la jerga legal se
conocen como herederos forzosos.
Antonieta Sapriza Carrau es viuda, tiene 78 años, cuatro
hijos, 17 nietos, y un bisnieto. Sus abuelos llegaron de España
hace muchos años, y se fueron a vivir a una estancia en Durazno.
La llamaron Estancia San José, aunque todos la conocían
como Estancia Vieja. El campo y su antiguo casco pasaron luego a
manos de los progenitores de Antonieta, Héctor Sapriza y
María Eulalia Carrau. |
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Cuando
murió su padre, Antonieta y sus tres hermanos heredaron una fracción
del campo cada uno, y a ella le tocó en suerte el casco, donde
vivió con su marido durante 30 años.
Allí nacieron sus cuatro hijos que, una vez crecidos, vinieron
a estudiar a Montevideo. Para tristeza de Antonieta, un revés
económico los obligó a vender ese lugar lleno de recuerdos.
"Me costó sudor, lágrimas, noches de angustia",
confiesa. El 9 de Junio pasado entregaron las llaves, y concluyeron
así un ciclo de sucesiones sin inconvenientes.
J.M.R no creyó que sus hijos fueran a pelearse por su herencia.
Ya en el hospital, este viudo de 77 años recibió la visita
de su escribano de toda la vida, quien le recomendó dejar un
testamento para evitar problemas entre sus nueve descendientes directos.
El se negó. Dijo que sus hijos estaban "bien criados"
y sabrían cómo distribuirse los bienes. Así fue.
Uno de los hijos -el contador de la familia- repartió la herencia
en nueve partes, y luego se hizo un sorteo para determinar qué
tocaba en suerte a cada uno. Y no se habló más del asunto.
Si de suerte se trata, Augusta Pazos, de 62 años, ya recibió
dos apartamentos y unos miles de dólares, sin mover un dedo.
"Fui la única nieta, la única sobrina, la única
todo de mi familia. Mis tías, mi abuela y mamá, me dejaron
varias cositas", resume la afortunada, que con la renta y los intereses
de esas "cositas", vive sin aprietos y hasta se da el lujo
de viajar dos veces por año a visitar a su hija, que vive en
Islas Canarias.
Sin embargo, estos casos no son la regla. Cuanto mayor es la fortuna
a heredar, mayores los problemas. "Por ejemplo, la herencia de
Joaquín Torres García suscitó una conflictividad
muy importante que aún se ventila en los tribunales", cuenta
Héctor Viana Martorell.
Hágase mi voluntad
Hay quienes prefieren no dejar nada librado al azar.
Cada año se inscriben en el Registro de Testamentos unas 4 mil
voluntades de uruguayos. Desde bienes como "dos solares de terreno,
en el pueblo de La Paz, departamento de Canelones, diez bueyes mansos,
tres caballos", tal como reza un testamento fechado en Setiembre
de 1886, hasta tapados, alhajas, casas, y fotos personales destinadas
a nuevos dueños.
Hay dos tipos de testamento: el abierto y el cerrado. En ambos casos
interviene un escribano.
El abierto se hace ante el profesional y requiere ser leído ante
tres testigos que luego deberán estampar su firma en el documento.
El testamento cerrado se guarda en un sobre lacrado, cuya carátula
es autorizada por el escribano en presencia de cinco testigos, aunque
nadie conoce su contenido.
"Puede ser escrito de puño y letra del testador, a máquina,
en computadora, por el escribano, o por un abogado", resume Ema
Carozzi, profesora titular de la materia Derecho Sucesorio en la Universidad
Católica y en la Universidad de la República.
La solemnidad de ambos actos es absoluta, y de omitirse algún
paso, redactarse algún punto confuso, o hasta equivocarse en
datos como el día y la hora, el testamento puede resultar nulo.
Los profesionales coinciden en que la mayoría de los testamentos
corresponden a personas ya mayores y sin herederos forzosos. Pero también
hay otros denominadores comunes entre los testamentos uruguayos: uno
de los más frecuentes es el caso de los maridos que quieren proteger
a la futura viuda. Otros tantos se firman para impedir al ex marido
o a la ex mujer que algún día puedan tocar un centavo
más del que les corresponde.
Esto es habitual cuando hay hijos menores de edad y uno de los cónyuges
no quiere que el otro administre la herencia que corresponde a los niños,
para la cual se nombra a una persona de confianza del testador.
También es frecuente que los padres de hijos discapacitados quieran
asegurarse de proteger su futuro para cuando ellos falten y, en menor
medida, los testamentos en que padre o madre juzgan que un hijo en particular
merece algo más que sus hermanos. "Este tipo de testamento
termina siendo, en la mayor parte de los casos, una fuente de conflicto",
asegura Viana Martorell.
El comerciante M.T.V. tuvo otro motivo para redactar su testamento.
Antes de viajar a Europa con su esposa y sus cinco hijos, el hombre
se puso a pensar qué pasaría si el avión caía
y todos morían en el accidente. Hizo todos los cálculos:
padres ya no tenía, nietos todavía no habían nacido.
Todo lo que había conseguido tras una vida de trabajo iría
a parar a manos de su hermano, con quien estaba enemistado desde hacía
20 años. Una vez firmado el testamento, en el que reducía
al máximo las posibilidades de que su hermano se quedara con
sus bienes, hizo las valijas y viajó tranquilo.
Sin embargo, los testamentos no son un cheque en blanco para hacer lo
que el firmante quiera. La última voluntad también sabe
de restricciones, ya que hay una parte del patrimonio de la cual no
se puede privar a los hijos. Es lo que se conoce como la porción
legítima, que varios dolores de cabeza ha traído a los
profesionales que tratan estos asuntos. Con la otra parte del patrimonio,
conocida como "de libre disposición", se puede dar,
sacar, y repartir a gusto.
Les presento a mi hijo
En materia de sucesiones, la ley uruguaya es muy estricta. Si bien el
testamento cerrado tiene la ventaja de mantener el secreto de la última
voluntad, cuando está redactado sin el asesoramiento de alguien
que conozca muy bien los vericuetos legales, es muy difícil de
hacer cumplir. "He visto herencias que se tramitan bajo un testamento
cerrado y sin asesoramiento profesional, y que luego se hacen muy difíciles
de llevar a cabo, porque no tienen precisión", dice la escribana
Inés Rodríguez, que dirigió el Registro de Testamentos
durante diez años.
Un testamento cerrado parece apropiado para una personalidad pública
como el ex presidente José Batlle y Ordóñez, ¿pero
por qué habría de servirle a una persona común
y corriente?
La profesora de Derecho Sucesorio Ema Carozzi arriesga una respuesta:
"o bien porque tiene para decir algo en el testamento que no le
interesa que se sepa antes, porque esa persona está muy presionada
por sus familiares, o porque hay quien tiene serias expectativas de
ser designado heredero y no lo va a ser".
El caso más habitual en los juzgados uruguayos es el reconocimiento,
vía testamento cerrado, de la existencia de un hijo natural.
Le guste o no a la familia del muerto, hoy la Ley equipara los derechos
del hijo natural con los del legítimo. Y ya no es como en el
siglo XIX, cuando los hijos naturales de un estanciero fallecido se
multiplicaban como hongos para reclamar su tajada.
Hoy, gracias al examen de ADN, los hijos naturales no se pueden inventar.
Pero sí pueden ser presentados en sociedad una vez abierto el
testamento de papá.
Sorpresas te da la vida
Además de hijos naturales jamás confesados, los testamentos
cerrados esconden pequeñas venganzas, burlas y otras sorpesas.
Aunque es difícil que a una uruguaya le ocurra lo que a Diane
Keaton en la película Baby Boom (film en el que la protagonista
heredaba un bebé), los testamentos cerrados pueden dejar con
la boca abierta a más de uno.
El testamento de una mujer, de iniciales M.E.R., tenía en ascuas
a sus parientes. Al procederse a la lectura del mismo, la sorpresa no
fue nada grata. Designaba con nombre y apellido a los herederos de su
tapado de visón, las alhajas, dos candelabros de plata, una bandeja
peruana, un espejo, el juego de comedor, un jarrón japonés,
y 5 mil dólares. Pero otros 70 mil en bonos del tesoro y efectivo
se los dejaba al Instituto de Oncología para ser invertidos a
criterio de su directora.
Una viuda española, de iniciales M.C.F.B., dejó un testamento
permitiendo a un matrimonio amigo habitar su apartamento de la calle
21 de Setiembre mientras vivieran sus dos perros y su gata Julieta.
Hasta entonces, sus tres hijos debían encargarse de alimentar
a los gatos y velar por su salud, así como de ponerse al hombro
los gastos comunes e impuestos del apartamento que no habitaban. "El
uruguayo en general es muy sobrio", reflexiona Carozzi, aclarando
que casos como el de esta mujer no se encuentran todos los días.
Sí son frecuentes los herederos que ya tienen pensado en qué
van a gastar los billetes que reciban, y se llevan un fiasco cuando
escuchan de boca de un abogado que sólo heredarán deudas.
Claro que en este caso la herencia se puede repudiar, o abrir la sucesión
a beneficio de inventario.
El que jamás repudia una herencia es el Estado Uruguayo. A sus
arcas van las bienes de aquellas personas que murieron sin herederos
forzosos ni testamento. Ese tipo de herencias, conocidas como Herencias
Yacentes, benefician a la Administración Nacional de Educación
Pública.
Sin embargo, el Estado no siempre es el último orejón
del tarro. Hay quien lo anota primero en su lista de herederos, como
el excéntrico magnate argentino Aarón de Anchorena, quien
legó al Uruguay buena parte de sus tierras en Colonia, a condición
de que el Estado habilitara allí un Parque Nacional abierto al
público. En esas 1.400 hectáreas forestadas se levantaba
su estupenda casa, hoy residencia presidencial.
Absurdos y errores
No todo el mundo es tan generoso. Hay personas que creen que, aun desde
el más allá, pueden gobernar a quienes los sobreviven.
Un caso famoso es el de Napoleón Bonaparte, en cuyo testamento
no sólo indicaba dónde y cómo quería ser
sepultado, sino que le encomendaba tareas a su pequeño hijo.
"Recomiendo a mi hijo que no olvide nunca que nació príncipe
francés, y que no consienta ser instrumento de los triunviros
que oprimen a los pueblos de Europa. Su obligación es no tomar
jamás las armas contra Francia ni causarla el menor perjuicio,
debiendo adoptar mi divisa: todo para el pueblo francés"
También Eva Duarte, de cuya muerte viene de cumplirse medio siglo,
dio instrucciones precisas sobre lo que quería. Su testamento
fue leído en la porteña Plaza de Mayo frente a miles de
personas.
"Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que
quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos,
porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando
por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre,
de una manera absoluta.
Pero después de Perón, el único heredero de mis
bienes debe ser el pueblo (
) Quisiera que se constituya con todos
estos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias
colectivas que afecten a los pobres y pido que ellos lo acepten como
una prueba más de mi cariño.
Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un
subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por
lo menos". Las hermanas de Evita reclamaron su herencia, asegurando
que ésta última voluntad no era fiel a los sentimientos
de la célebre difunta, y el caso fue a parar a los Tribunales.
De este lado del Río de la Plata, otros testamentos menos famosos
se ventilaron igualmente durante mucho tiempo.
Carozzi recuerda el de una señora que escribió su testamento
de puño y letra, sin ningún tipo de asesoramiento.
Cuando lo abrieron, descubrieron que había una cláusula
en la que designaba a dos personas para que resolvieran la forma en
que debían ser distribuidas sus joyas entre las cuñadas,
actuando conforme a los consejos que sobre el tema les había
dado en vida. "Eso es nulo. No se puede decir en un testamento
que uno dio instrucciones que no están contenidas en el documento",
explica la experta.
Otro error habitual es pretender obligar al heredero a legarle los bienes
a determinada persona una vez muerto. "Eso también está
prohibido, porque no se puede gobernar una sucesión ajena",
resume Carozzi.
Quizá esos absurdos estén inspirados en el famoso testamento
del argentino Juan Manuel de Rosas, quien desde su exilio en Inglaterra
pretendió asegurar el destino de su loro de por vida. "El
loro Blagard lo dejo a Máximo, muerto éste a Manuelita,
muerta ésta a Manuel Máximo, muerto éste a Rodrigo".
Si de imitar a los famosos se trata, conviene prestar atención
a la última voluntad de Orson Welles, el célebre cineasta
fallecido en 1985.
Al escribir su testamento, Welles incluyó a su amante, y como
sabía que eso iba a generar pleitos con su esposa e hijos, se
encargó de agregar una cláusula estableciendo que quién
discutiera su decisión perdería lo que le había
ocado en suerte. Y a llorar al cuartito.
¿Dónde
guardo el testamento?
Cuando
alguien hace un testamento cerrado y el escribano autoriza
la carátula, el dueño tiene derecho a llevárselo
a su casa.
Pero muchos de esos testamentos cerrados, guardados en un
sobre de tamaño mediano, se pierden, se queman, se
arrugan, se rompen, o quién sabe dónde van
a parar. A veces, el propio autor del testamento se olvida
que lo firmó hace años, o el escribano que
lo custodió se muere sin decir dónde estaba
guardado.
Por eso, muchos escribanos y abogados vienen planteando
la necesidad de crear un depósito de testamentos
para estos casos. Si bien hay un registro donde consta que
un profesional intervino en la carátula de un testamento,
si éste no aparece, la sucesión se tramita
como intestada.
Eventualmente los hijos naturales quedarán sin ser
reconocidos, y la familia sin conocer la última voluntad
del muerto. Hay que tener cuidado.
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