Años dorados:
Traje de candombera en furioso naranja, amarillo, ocre y oro, que Gularte hizo
célebre en viejas
épocas y volvió a
calzar cuando cumplió 80 carnavales.
Viajó con él a
Barcelona, para un
homenaje realizado
en Diciembre de 2001.

 

 

 

 

 

 

 


A toda pluma

Tan ineludible del ser uruguayos como el mate o los paseos por la rambla montevideana, podría decirse que Martha Gularte se llevó al más allá buena parte de esa idiosincracia que junto al medio-tanque humeante y el vino tinto, acunó un estilo lenguaraz y crítico para mirar el entorno con picardía y sentido del humor ya irrepetible.

A dos meses de su muerte, parece inexcusable recordarla desempolvando ante su legión de seguidores dos poemas de su puño y letra y, por supuesto, algunos de los trajes que dieron ritmo a su figura al paso de Las Llamadas durante varias décadas.

Porque no hay duda: con la desaparición de Gularte, Uruguay entierra también la pasión por el desenfado y la alegría que la princesa de ébano supo pasear por las calles empedradas del barrio Sur y Palermo en tantos y tantos carnavales. Pero también por los mostradores del Mercado del Puerto y otros altares más ortodoxos que frecuentaba con igual devoción e idéntica suma de reverentes amistades.

En estas páginas, la sobreviven, pues, los brillos y fulgores del Carnaval a todo trapo y el legado de sus otras plumas, las mismas que parieron su libro Barquero del río Jordán. Canto a la Biblia, y bailaron sobre el papel para estampar estos dos poemas inéditos, que su hija Katy descubrió dentro de un gastado cuaderno pocos días después de su muerte terrenal. Aquí están, entonces, en exclusiva para todos los uruguayos.


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