Tan ineludible del ser uruguayos como el mate o los paseos por
la rambla montevideana, podría decirse que Martha Gularte
se llevó al más allá buena parte de esa
idiosincracia que junto al medio-tanque humeante y el vino tinto,
acunó un estilo lenguaraz y crítico para mirar
el entorno con picardía y sentido del humor ya irrepetible.
A dos meses de su muerte, parece inexcusable recordarla desempolvando
ante su legión de seguidores dos poemas de su puño
y letra y, por supuesto, algunos de los trajes que dieron ritmo
a su figura al paso de Las Llamadas durante varias décadas.
Porque no hay duda: con la desaparición de Gularte, Uruguay
entierra también la pasión por el desenfado y
la alegría que la princesa de ébano supo pasear
por las calles empedradas del barrio Sur y Palermo en tantos
y tantos carnavales. Pero también por los mostradores
del Mercado del Puerto y otros altares más ortodoxos
que frecuentaba con igual devoción e idéntica
suma de reverentes amistades.
En estas páginas, la sobreviven, pues, los brillos y
fulgores del Carnaval a todo trapo y el legado de sus otras
plumas, las mismas que parieron su libro Barquero del río
Jordán. Canto a la Biblia, y bailaron sobre el papel
para estampar estos dos poemas inéditos, que su hija
Katy descubrió dentro de un gastado cuaderno pocos días
después de su muerte terrenal. Aquí están,
entonces, en exclusiva para todos los uruguayos.
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