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De la mano
de la onda ecológica políticamente correcta, y de un furor
étnico que ya por entonces amenazaba con apoderarse del mundo,
la moda de las alfombras artesanales empezó a asomar tímidamente
hacia fines de los '80. Los consumidores más exigentes empezaron
a hartarse de la frialdad de los prototipos industriales, los publicistas
y fotógrafos de moda redescubrieron el encanto de etnias exóticas
a los ojos europeos y norteamericanos, y los decoradores revalorizaron
los objetos artesanales que de pronto empezaron a viajar en containers
desde Bali, la India o el Magreb para decorar lofts neoyorquinos, apartamentos
parisinos, o mansiones londinenses.
Al calor de esa tendencia, reforzada por las profecías de los sociólogos
que llegados los '90 advirtieron sobre la necesidad de un retorno al hogar
como cálida guarida donde refugiarse de las agresiones de un mundo
exterior cada vez más frío y competitivo, el casamiento
entre el buen gusto y lo artesanal fue ganando terreno en el ámbito
doméstico.
Los consumidores uruguayos ávidos de esas novedades debieron esperar,
cuándo no, un tiempo más. Las vidrieras del Barrio Norte
o la Recoleta porteña ya enseñaban los camineros de yute
o las alfombras de fibras naturales que hacían furor en las revistas
argentinas de decoración, y los uruguayos más antojadizos
no tenían otro remedio que cruzar El Charco hasta la famosa Kalpakián
para hacerse de unos metros cuadrados y poner en onda sus pisos montevideanos.
Altri tempi, claro.
Ahora, el creador de las mismas alfombras que quitan el sueño a
los fashion victims de Estocolmo o Amsterdam, abre las puertas de su feudo
carrasquense y desnuda los secretos de un arte que respira magia desde
tiempos ancestrales. Y si no, que lo digan los persas.
Pasen
y vean
"Yo
hago alfombras con todo tipo de fibras vegetales: yute, cardo, lana,
hilo de papel, cuero y el mal llamado sisal, cuyo nombre verdadero es
henequén", arranca con voz de experto Claudio Tróccoli,
siempre mate en mano, a las puertas de su casa de Sorín 2474
a la altura de Camino Carrasco.
El improvisado taller se levanta en la barbacoa que remata el jardín,
y allí mismo se amontonan materiales varios. La mayoría
son de origen nacional, como el cardo, la lana, el papel, y el cuero.
Otros, como el yute -originario de Bangladesh- son importados.
"Mis alfombras son cien por ciento artesanales" -se apresura
a aclarar Tróccoli- "no hay dos iguales, ni hay límite
en cuanto a las mezclas de fibras, ni de colores. Nadie podría
imitar una alfombra mía, ni yo la de otro. Tampoco podría
hacer yo mismo dos alfombras exactamente iguales. Las mezclas siempre
son diferentes, y hasta los defectos del material pueden constituir
un valor agregado".
El paisaje que rodea al dueño de casa exime de toda explicación
sobre la originalidad de su trabajo. Una suerte de caos estético
donde conviven enormes carreteles que guardan futuras alfombras, una
gran mesa con materiales en bruto, piezas ya reservadas para sus clientes
en el piso, y otra alfombra a medio hacer en el imponente telar, que
tiene su fama bien ganada.
"Es el telar artesanal más ancho de Sudamérica",
cuenta Tróccoli antes de explicar que "tiene tres metros
de ancho, y está hecho enteramente acá. Compramos las
herramientas y lo hicimos nosotros, pieza por pieza. Eso nos permite
hacer alfombras artesanales de hasta tres metros de ancho, y tan largas
como el cliente quiera".
Los clientes, dicho sea de paso, no son sólo uruguayos. Tróccoli
ha vendido alfombras a europeos y estadounidenses de visita en el país,
trabaja con decoradores y arquitectos que ambientan casas aquí
y allá, y este año empezó a exportar a Argentina.
"Estoy en tratativas para abrir un negocio, pero por el momento
no tengo una producción tan grande ni el capital suficiente para
tener un local o cederle mis alfombras al local de otro empresario",
deja saber el experto artesano, pionero local en trabajar este tipo
de alfombras artesanales.
"Empecé hará unos doce o catorce años.
Hacía dos o tres productos, siempre en yute, porque era el único
hilado que conseguía entonces, y tejía las alfombras en
el telar mecánico. Yo tuve una textil grande que empleaba a sesenta
personas, y hacía lo de las alfombras un poco como válvula
de escape a la presión que significaba tener una empresa a mi
cargo. No vivía de las alfombras, era casi un hobby. Hace unos
cinco años, creé con un socio Alfombras del Este, y hace
uno y medio cambié el telar industrial por el artesanal, pasé
a dedicarme a este tipo de alfombras por completo y le puse de nombre
al negocio Fibras Naturales".
Fantasía
a sus pies
Tróccoli
se jacta de que su creatividad no tiene límites. Puede combinar
texturas, materiales y colores casi al infinito. Lana con sisal, cardo
o papel, es una de las combinaciones en onda. Pero todo dependerá
de cuánto deje volar su imaginación, del ambiente para
el que esté pensada la alfombra y, no menos, del gusto del cliente.
Claro que siempre conviene tener en cuenta la sugerencia del experto,
que a modo de ejemplo pontifica que "en los dormitorios el yute
se adapta muy bien porque es suave y de un costo relativamente accesible.
Al tacto, una alfombra de yute es similar a una de lana. Y en lugares
donde hay mucho tránsito, el sisal es el material más
indicado".
Tróccoli trabaja junto a su hijo Juan, con quien lleva adelante
todo el proceso creativo que culmina en la alfombra. Ellos mismos compran
los hilados en bruto, luego retuercen las fibras y mezclan los materiales.
"Hemos desarrollado una verdadera técnica.
Nuestro trabajo es tan artesanal como prolijo. Hacemos una suerte
de prototipo que garantiza la unidad de la alfombra. Los hilados deben
tener determinada torsión. Y ese grado de torsión es lo
que da una resistencia óptima a la alfombra" -explica con
voz de experto- "si uno se pasa en la torsión, la alfombra
pierde resistencia; si le da poca, se afloja. Recién empezamos
después de comprobar en el prototipo que todo esté bien".
Con idéntica paciencia y amabilidad, el dueño de casa
despeja ante preguntas curiosas, otras dudas que atormentan a los amantes
de las alfombras.
-Pruebas al canto: ¿cómo se limpian?
-"La lana es más ventajosa a la hora de la limpieza. Se
necesita solamente agua. No refregando la mancha, sino embebiendo la
alfombra. Luego hay que secarla con un poco de papel. Si son manchas
de vino o algo más difícil, hay que mezclar agua tibia
con diez por ciento de amoníaco. Si la mancha es de origen grasoso,
disán diluido en agua, y luego agua. Un diez por ciento de vinagre
con agua es otro muy buen limpiador. Esto corre para todos los materiales,
pero hay fibras más abrasivas que otras, como por ejemplo el
sisal".
-¿Y cuál es el último grito de la moda en materia
de alfombras artesanales?
-"Diría que unas alfombras de cuero con guarda de cuero.
Eso es lo más nuevo. Pero estas son alfombras bastante costosas,
porque aquí el cuero es muy caro".
-¿Y qué tanto cuestan las alfombras de Tróccoli?
-"El precio varía mucho según el material que
se use, pero promedialmente, el metro cuadrado ronda los treinta dólares".
En ese precio, aclara el padre de la criatura, van incluidos los atendibles
consejos para prolongar la vida útil de la alfombra y algún
otro servicio.
"Si llega a mancharse, le ofrecemos ir a sacarle la mancha a
domicilio. Cuidamos cada alfombra, porque todas ellas fueron hechas
con nuestras manos, desde el producto en bruto hasta el resultado final",
remata Tróccoli.
Conviene salir de dudas personalmente e ir a echar un vistazo a sus
creaciones. A fin de cuentas, no es necesario haber leído Las
mil y una noches ni ser fanático de El Clon para perder la cabeza
por una alfombra. ¿O no?
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