¿De qué viven los modelos?
No todo lo que reluce es oro. Sin horarios, contratos, ni sueldos fijos, los hombres y mujeres que trabajan como modelos en Uruguay deben sudar la gota gorda para llegar a fin de mes. ¿Cómo hacen?
Por Valeria Bolla

Carolina Presno era todavía una adolescente y trabajaba como moza en un restaurant de Colonia cuando se enteró que las modelos contratadas para un desfile local ganarían en una sola noche lo mismo que ella reunía tras 15 jornadas de trabajo.

"Me estoy equivocando", pensó. Poco después decidió abandonar su trabajo y poner un pie en ese mundo que sonaba tan promisorio económicamente.

En cierta medida lo es. La célebre modelo brasileña Gisele Bündchen, por ejemplo, ganó 13 millones de dólares sólo a lo largo del pasado 2001.

Lleva menos de un lustro entre las top models internacionales y ya escrituró a su nombre una mansión en Beverly Hills.

Su colega Naomi Campbell viene de donar a una organización de caridad, muy suelta de cuerpo, el medio millón de dólares que debió pagarle el diario británico The Mirror por invadir su privacidad y salir derrotado en los tribunales.

Lejos de esas realidades, ningún modelo uruguayo puede aspirar a ingresos astronómicos en su país, y tanto los hombres como las mujeres tienen asumido que, si quieren embolsar buen dinero, más tarde o más temprano deberán hacer las valijas.

Y aunque difícilmente lleguen a recaudar 13 millones de dólares en un año, bien pueden traerse a casa 15 mil por un comercial televisivo rodado en Chile, o 500 por un desfile celebrado en México. No está mal.

Hay mercados especialmente tentadores, como el asiático, donde ya probó suerte la uruguaya Andrea Sheppard.

Tres meses entre Hong Kong, Tokio y Taiwán le reportaron 50 mil dólares de ganancia, con los que de regreso se compró un apartamento.

"Una jornada de trabajo en Asia, por ejemplo para un catálogo, puede dejarte mil dólares. Lo mismo pasa en Alemania o en Estados Unidos", ejemplifica la modelo, que llegó a cobrar 10 mil verdes por cuatro horas de trabajo haciendo la campaña de Dodeland Mall en el Norte.

Pero vivir del modelaje en Uruguay requiere un esfuerzo casi sobrehumano, y de hecho, la mayoría de los profesionales debe desempeñarse en otras tareas si quiere pagar las cuentas a fin de mes.

En Uruguay nunca se pagaron las cifras que conocen, sin ir más lejos, los modelos argentinos o brasileños. Para colmo de males, las cosas han empeorado en los últimos meses. Los cachets se pesificaron, y el mismo desfile que hasta ayer reportaba 100 dólares, hoy se paga 500 pesos uruguayos.

Con o sin crisis mediante, la inestabilidad económica es el pan de cada día en esta profesión. Nunca se sabe cuánto se cobrará al cabo del mes, y no es raro que los ingresos recién se concreten seis meses después de realizado un trabajo, o se materialicen en forma de canje.

Cifras a la moda

Sin contratos, sueldos, ni trabajos fijos, el ahorro es primordial para equilibrar las cuentas de los modelos.

"Hay veces en que te da para ahorrar, pero hay otras en que te da para pagar las cuentas y listo", reflexiona Margarette Geymonat, que se da el lujo de vivir exclusivamente del modelaje, aunque al precio de correr de un lado a otro todos los días. Lleva años sumando desfiles aquí y allá, fotografías para catálogos, y campañas publicitarias, lo que le ha permitido comprarse un Fiat Uno usado y ahorrar algunos billetes en el banco.

El comercial de Organics que Carolina Presno rodó en Buenos Aires le permitió "vivir todo un año". Varina de Césare pudo comprarse un apartamento en Montevideo con sus ahorros generados fuera del país. Y con lo que ganaba en Chile, Guillermo Lockhart pudo alquilarse un piso en Santiago, darse ciertos gustos, y a la vuelta hasta comprarse un apartamento en las Torres Náuticas con un empujoncito materno.

Después de seis años de trabajo en Uruguay, sumados a algunos pesitos que ganó en Chile, la modelo y estudiante avanzada de arquitectura Rosina Ferrari (protagonista del aviso televisivo de curitas Band Aid), pudo construirse la cabaña de sus sueños en Shangrilá. "Por suerte, no tengo ningún mes en que mi ingreso sea cero peso" -cuenta Ferrari- "pero en medio de tanta crisis una nunca sabe si tendrá trabajo el mes que viene".

La maldita crisis también ha echado por tierra buena parte de los cachets que antes se daban por seguros (900 dólares por un desnudo para un aviso televisivo, entre 400 y 500 por una campaña publicitaria en los medios gráficos), y esas certezas han dejado paso a las negociaciones en las que, obviamente, los modelos con más trayectoria tienen mejores posibilidades que los novatos de pelear una buena suma.
Para unos y otros, las mejores cifras llegan con los contratos para un comercial en televisión, que en general les permite "tirar" un buen tiempo. Hasta que el dólar se escapara a mediados de año, un anuncio en la pantalla chica reportaba algo más de 400 dólares para un modelo adulto y 250 para los niños.

A Guillermo Lockhart todavía le queda dinero de la campaña que hizo para UFO el año pasado.

"Para ser Uruguay, fue una plata considerable", dice con voz de agradecido.
En un segundo escalón económico figuran las campañas publicitarias para imponer una marca con vistas a la temporada siguiente, lo que en su jerga los modelos llaman "ser la cara de" o "el cuerpo de".

Las ganancias que se recogen con este tipo de trabajos dependen mucho del alcance de las campañas: si la cara del modelo sólo aparece en puntos de venta previamente estipulados, el profesional recibirá unos 250 dólares.

Si la campaña se complementa con volantes, avisos en vía pública o apariciones en los medios, las cifras se multiplican considerablemente y pueden trepar hasta los varios miles.

Sin embargo, aunque en Uruguay no se pagan contratos de exclusividad, en general ser la cara o el cuerpo de una marca, inhibe la posibilidad de trabajar para otra.

A diferencia de lo que ocurre en otras partes del mundo, en Uruguay tampoco existe la costumbre de que las marcas vistan sin cargo a su modelo. Eso les permitiría ahorrar unos buenos pesos en ropa, uno de los rubros al que deben prestar más atención y por ende en el que deben invertir más.

Los modelos uruguayos que trabajan en el Exterior, como Santiago Fuster, se confiesan sorprendidos por esa práctica. En la vecina Buenos Aires, Fuster no gasta un solo peso en ropa: todo se lo dan las marcas para las que trabaja, amén del contrato que vincula a Kosiuko con la agencia de Pancho Dotto, su manager.

Detrás de las campañas publicitarias para una marca, los catálogos "masivos" (como los que las agencias de publicidad crean para cadenas de supermercados) son otra fuente interesante de dinero. Sin embargo, muchos modelos suelen rechazar esas ofertas porque consideran que dichos catálogos "queman" su imagen.

Rosina Ferrari no está en ese grupo. "Si querés vivir de esto en Uruguay no podés ser tan selectivo.

Hay trabajos muy bien pagos que no tienen el nivel de otros, pero se trata de clientes que también necesitan buenas modelos, y las pagan bien", resume la profesional, que ya ha posado para varios supermercados locales y lleva tres años apareciendo en el catálogo navideño de Punta Carretas Shopping.

Más abajo en el escalafón económico vienen los ciclos de desfiles, como los que se organizan en centros comerciales, boliches nocturnos, salones de té, y otros lugares. Esos desfiles permiten a los modelos asegurarse un ingreso que, aunque no suele ser muy generoso, se prolonga algo más en el tiempo y garantiza cierta estabilidad.

Por último figuran los canjes, concepto bajo el cual pueden aparecer desde una prenda cotizada a precio de vidriera hasta "una simple dosis de buena onda".
Por cierto, no siempre son aceptados. A fin de cuentas, los canjes no sirven para pagar el alquiler, el teléfono o la compra del supermercado.

Pero la necesidad, ya se sabe, tiene cara de hereje. "No hay un mango para pagar" -dice sin pelos en la lengua Darío Molina al referirse a la tendencia creciente a pagar con canjes- "el cliente propone, y si el modelo está de acuerdo, sale el negocio".
Varina de Césare se cuenta entre las modelos que no aceptan que todo el pago se efectúe en ropa. "Yo sé adaptarme y entiendo que no puedo pretender ganar en una campaña nacional lo mismo que en París, o en Buenos Aires. Pero gratis no trabajo, porque yo vivo de esto. Aunque sea poco, te deben pagar por tu trabajo", opina la modelo.

Con otro punto de vista, Sebastián Balverde acepta gustoso los canjes. Está dando sus primeros pasos en la profesión, y sabe que le conviene decir Sí a las oportunidades que se le cruzan en el camino. "He hecho un montón de desfiles por canje de ropa. Te elegís por ejemplo un pantalón que, antes que nada, te sirva. Y al menos estás trabajando, hacés algo de prensa, y tenés una prenda en lugar de comprártela", se conforma sin chistar. Su colega Javier Azcurra coincide con él: "como está la cosa, antes que salir a comprarte la ropa vos, aceptás un trabajo por canje".

Yo desfilo, no negocio

Los cachets de los modelos son manejados por las agencias, que retienen entre el 25 y el 30 por ciento de los ingresos de su staff.

¿Por qué razón un modelo acepta ceder una porción tan importante de su remuneración?

Todos coinciden en que la agencia es un gran respaldo, y que sin ella no podrían acceder a ciertos trabajos.

Es la agencia -mediante una persona que llaman
booker- quien les avisa de los castings, organiza desfiles, y promueve la imagen de estos hombres y mujeres dentro y fuera de fronteras.

"Creo que es bueno para las modelos trabajar con una agencia. Es un respaldo, una seguridad. Además te libera de ciertas cosas, como negociar. Te remitís a tu booker y te evitás pelear los precios", explica Ferrari.

De Césare coincide con ella, y agrega una anécdota de su estadía en París. "Estando allá me robaron la cartera con plata, mi pasaporte italiano, la tarjeta del metro, todas las tarjetas de crédito, en fin, todo. Mi agencia llamó a Uruguay para que me cancelaran las tarjetas, y hasta me adelantó plata".

También a Santiago Fuster la agencia para la que trabaja en Buenos Aires le simplifica mucho las cosas. En su caso, Dotto Models se queda con una cuarta parte del cachet, pero a cambio se encarga de manejar absolutamente todo. "Ellos te llaman y te pasan el cachet, el producto, y te dicen cómo tenés que ir vestido. Hasta si tenés que ser simpático o serio", resume el modelo.

Antes las cosas no eran así. Cuando Sofía Herrán empezó a desfilar, allá por los años '80, en Uruguay casi no existían las agencias de modelos.

Eran los propios diseñadores o las casas de ropa quienes las convocaban para un desfile o una sesión de fotos. "Te conocían. Y el que no te llamaba, era porque no le gustabas. El trato era muy directo y muy profesional", recuerda Herrán, que desfiló para argentinos como Gino Bogani, La Clocharde, y Elsa Serrano entre otros, siempre a través de contactos directos, generalmente concretados en Punta del Este o en la propia Buenos Aires. "No me parecía necesario darle un porcentaje a alguien, cuando yo ya tenía los contactos hechos", remata la modelo.

Su colega Silvia Holly también empezó trabajando sin intermediario alguno, pero la fortuna quiso que en un desfile organizado en el restaurant Panamericano le presentaran a Carlos Cámara, a la sazón alma mater de la incipiente Valentino Bookings y actualmente su marido.

"Él nos habló, nos tomó los teléfonos y nos empezó a llamar para castings". Una de esas selecciones derivó en un contrato de trabajo por un año en París, y Holly entiende hoy que semejantes oportunidades serían impensables para un modelo sin la mediación de una agencia.

A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, en Uruguay es común que los profesionales de la moda trabajen con más de una agencia, e incluso es habitual que arreglen algún trabajo por fuera de sus representantes. "Cuando llevás cierto tiempo en el mercado, te salen trabajos por fuera", explican Carolina Presno y Margarette Geymonat, quienes igualmente prefieren ceder paso a sus respectivos bookers la mayor parte de las veces, para evitar el roce y el desgaste de las negociaciones.

Pasarelas y multiempleo


Andrea Sheppard cree que en Uruguay el modelaje es más un hobby que un trabajo. "En otras partes del mundo es una profesión, pero en América del Sur no", sentencia la modelo.

Según su colega Javier Azcurra, el trabajo local apenas da para "sobrevivir". Y como él aspira a algo más, decidió que el modelaje debía ser un "buen complemento" económico, pero no su ganapán principal. Desde hace ocho años, trabaja como empleado full time en una cooperativa de ahorro y crédito, y también estudia Administración de Empresas.

Sin embargo, reconoce que como modelo no le va nada mal. "Hubo una época en que llegué a sacar mil y pico de dólares en un mes. Fue una racha en la que agarré comerciales y desfiles. Tenía mucho trabajo.

El año pasado tuve uno o dos meses buenos, y con esa plata me fui de vacaciones a Miami. Pero hoy en día, al haber poco consumo, el tema de la moda anda mal".

Para no desperdiciar las pocas oportunidades que surgen, Azcurra negocia con sus jefes las eventuales salidas en horario de trabajo, pero básicamente dedica al modelaje su tiempo libre.

Por su lado, Sebastián Balverde siempre creyó que no habría carrera ni trabajo que lo desviara de su sueño de vivir arriba de una pasarela o posando como modelo publicitario. No le ha ido nada mal, porque con apenas 23 años y poco tiempo en el mercado ya fue "la cara" de la marca Sólido.

Pero cuando llega fin de mes, las cuentas no cierran. Balverde vive con su madre y su hermana, y los fines de semana trabaja en una oficina pública para aportar más dinero a la casa.

"Todavía no me alcanza para mudarme solo", resume antes de contar que está preocupado porque la falta de trabajo está generando una competencia desleal: la de gente que no tiene nada que ver con el mundo de la moda, e igualmente se presenta a los castings para ver si consigue algún dinerillo extra.

Así las cosas, su aspiración es armar las valijas y mandarse mudar. "La mayoría de los meses cobro cero. Además no recibís el pago de un día para el otro. Todavía estoy por cobrar unas fotos que hice hace seis meses", protesta.

"Ojalá la gente tomara conciencia que las personas que hacen los modelos y las promotoras tienen sus vidas, pagan cuentas, tienen deudas", se suma Darío Molina, que lleva 12 años en la profesión y está convencido que en el Uruguay de hoy no se puede vivir del modelaje. "Hasta hace cuatro o cinco años se podía trabajar y vivir bien de esto. Hoy ya no".

Hasta el súper exitoso Guillermo Lockhart, que recluta en filas de las agencias Valentino Bookings (Uruguay), Ford (Brasil) y New Models (Chile); ha sido "la cara" de varias campañas; y acaba de regresar de Brasil, confiesa que tiene demasiado tiempo libre en Montevideo. "Me ha pasado de tener cinco o seis trabajos en un mes, y después no tener nada por seis meses".

Llegado ese punto, Lockhart se pone su traje de administrador de empresas y trabaja con su madre en la casa de decoración que ella regentea.

Abriendo puertas


Hasta las modelos más cotizadas del mundo abren otras puertas para multiplicar sus ganancias. Aunque sin demasiado éxito, Naomi Campbell escribió una novela e incursionó en el mundo de los perfumes.

La española Esther Cañadas está muy ilusionada con sus proyectos cinematográficos, y empezó a estudiar arte dramático.

Valeria Mazza probó con éxito la pantalla chica en Italia y tiene su propia línea de cosméticos, amén de un sinfín de negocios paralelos manejados por su marido y manager Alejandro Gravier. La archifamosa Claudia Schiffer, una de las cinco modelos más cotizadas del mundo, ya participó en varias películas de cine, y es propietaria de la cadena de restaurants Fashion Cafe junto a Elle McPherson, Naomi Campbell y Chirsty Turlington.

A otra escala, pero con idénticos propósitos, las top models uruguayas intentan diversificarse abriendo puertas en el cine, la cosmética, la producción de moda o el diseño de ropa.

Carolina Presno estudió actuación desde chica, hizo televisión, cine y teatro. Los uruguayos pudieron verla en el programa televisivo de entretenimientos Millonario, y en la película 25 Watts.

"Se supone que en Enero me salen unos programas de tele en Buenos Aires", cuenta entusiasmada, con la esperanza que un nuevo trabajo le permita estabilizar sus finanzas.

Su colega Varina de Césare también quiere volver a la televisión, donde ya condujo (junto a cuatro chefs) un programa en la señal argentina de cable Utilísima Satelital. Dice que se sentiría muy cómoda conduciendo un programa de televisión para niños, pero su nuevo emprendimiento consiste en una colección de remeras diseñadas por ella y su socia, Rosario San Juan, que tendrá como nombre De Hadas Ilustres.
De regreso de su año de trabajo en París, Silvia Holly estudió muchas cosas. Entre ellas, teatro y maquillaje.

Eso le permitió abrir otro nicho de mercado, al que sumó su tarea como docente en la escuela de modelos de Sonia Baldi. Empezó maquillando a las alumnas, luego se animó con amigas, y hoy trabaja como maquilladora social.

Por su lado, Rosina Ferrari dejará todo para dedicarse a la arquitectura el día que se reciba, tal como lo planeó desde un principio, mientras Margarette Geymonat ni siquiera sabe qué hará cuando deje de desfilar.

"Se puede hacer buena plata porque afuera todavía se manejan contratos grossos" -remata Holly, que lleva un buen tiempo en la profesión- "pero hay que ser muy laburadora y muy rápida de cabeza para saber discernir entre lo bueno y lo malo. Hay que tener cuidado y no creer en castillos en el aire".



Copyright © Revista Paula diario El Pais. Todos los derechos reservados

Optimizado para una resolución de monitor de 800X600aweb.com.uy

<%certificaPath="/suplementos/paula/"%>