CONRAD BACKSTAGE

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Más de mil personas llegan cada dÍa a trabajar al imponente edificio de 17 pisos de la Playa Mansa de Punta del Este. Ochocientos kilos de naranjas se procesan semanalmente en las cocinas del hotel. Hasta doce horas seguidas puede pasarse un jugador en el casino si le ha tocado una racha de buena suerte. Bienvenidos a la zona oculta del Conrad.
Por: DANIELA SANTOS.
Fotos:ANA INÉS ARAMENDIA



Cuando atraviesa las puertas del hotel, cada huésped activa los múltiples engranajes de una gigantesca maquinaria que ya está trabajando para él. Detrás del mundo visible a los ojos del visitante, se abren kilómetros de pasillos que conducen a las entrañas del edificio, donde se conciben y ejecutan las medidas que resultarán en una estancia distendida y placentera.

Todo se inicia con la bienvenida del portero que abre la puerta del auto al huésped, el valet parking que sube al mismo para estacionarlo en el garage del hotel, y alguno de los diez botones que lleva el equipaje a la habitación. En ese recinto, las mullidas almohadas de pluma de ganso traídas especialmente de Estados Unidos, y las sábanas compatriotas, esperan impecables sobre las camas de amplias dimensiones.
Cada día, un equipo de 25 mucamas -que en temporada alta aumenta a 35- recorre una a una las 302 habitaciones en frenético trajín fuera de la vista del huésped.
La rutina de hacer las habitaciones, tender las camas, reponer toallas, jabones y otras amenities en el baño, restituir el contenido del frigobar y actualizar el material informativo sobre los servicios del hotel, empieza a las 9 de la mañana y se repite en la tarde. Las mucamas se trasladan en los ascensores internos a los que sólo se tiene acceso desde las offices o pequeños depósitos ubicados en cada piso donde se almacena el material de reabastecimiento.


En estas incursiones deberán tener en cuenta los antojos de algunos huéspedes. En un hotel con gran tráfico de apostadores de casino, las cábalas son moneda corriente. ¿Un ejemplo? El viajero que no quiere que le arreglen el cuarto ni abran las cortinas. La habitación debe permanecer absolutamente a oscuras, y eso se consigue únicamente poniendo acolchados sobre los bordes de las cortinas. Otros prefieren que en la mañana se les lleven los enseres para afeitarse al baño de la sala VIP del casino, temiendo que un minuto lejos de las mesas signifique la pérdida de una buena suma.
El arreglo de las habitaciones se hace un poco más complejo en la suite Conrad, el aposento de dos pisos con biblioteca, comedor, living, terraza y cocina incluida, que cuesta 5 mil dólares la noche. Allí Susana Giménez festejó su primer año de novia con Jorge -Corcho- Rodríguez, en un ambiente emperifollado para la ocasión con velas y cientos de pétalos de rosas amarillas. La diva, encantada con la cortesía del hotel.

Dos mil cuatrocientos son los juegos de sábanas, e igual número los de toallas destinados sólo a las habitaciones. Cuatro son las máquinas lavadoras de gran volumen, que en lo que va del año han dejado impecables 700 mil kilos de ropa de cama, toallas y mantelería del hotel, que llega a la lavandería por un ducto que recorre todos los pisos. Semejante cantidad de ropa para lavar requiere cada día de dos bidones de 25 litros de detergente cada uno. Sábanas y manteles se planchan en la calandra, una artefacto compuesto de rodillos que eliminan todo rastro de arruga. Para los uniformes de los empleados, una máquina a vapor que sólo requiere colgar la ropa en una percha, es la solución que envidiará toda ama de casa.
Claro está que hay que mantener impecable la indumentaria de casi mil empleados durante todo el año, y unos mil quinientos en temporada alta.

Adicionalmente, la tintorería del hotel se ocupa de los centenares de disfraces que el propio personal del Conrad concibe para las archifamosas fiestas temáticas. Odaliscas, marqueses, hippies, arrabaleros, rumberas, brujas y romanos -por nombrar sólo algunos- han formado parte de la ambientación de inolvidables saraos que reúnen a selectos invitados o hacen de rimbombantes cierres de congresos. Alcanza con recordar la fiesta del Titanic, con muelle, barco e iceberg incluído, donde los comensales disfrutaron del mismo menú que se sirvió en el comedor de Primera Clase del legendario trasatlántico la noche de su hundimiento. O la fiesta de Las Mil y una Noches centrada en la recreación de un oasis, que requirió 4 mil 500 metros cuadrados de nylon para proteger las alfombras del salón, del césped que se le colocó encima, y de tres camellos que pese a su rebeldía dromedaria se portaron a la altura de las circunstancias. En tanto unas 500 personas se transportaron a la corte del Rey Sol en la fiesta de los Jardines de Versailles, donde tres fuentes de aguas danzantes de 5 mil, 4 mil y 3 mil litros de agua cada una, con peces incluidos, se colocaron entre las hileras de pinos, amén de un lago con cisnes, vivitos y coleando. Todo ésto en los salones de congresos y el enorme foyer de la parte trasera del hotel, bajo techo y entre paredes. Sí señor.

Nueve de la mañana. Cafetería y restaurant Las Brisas, en la Planta Baja del hotel. Los huéspedes pasean plato en mano entre las mesas de buffet dispuestos a desayunar como los dioses. Cinco horas antes, un equipo de cocineros empezó su turno de trabajo para dedicarse exclusivamente a la preparación de la mise en place de los 300 desayunos que promedialmente se sirven por día.
En la otra punta de la enorme cocina compartimentada por cámaras de frío y sectores para cada uno de los restaurants, suena el teléfono. Son los huéspedes que, desde las habitaciones, solicitan el room service. En este sector, un equipo de 6 a 8 anfitriones (así se les denomina) colocan sobre las mesas con ruedas las bandejas de los casi 100 desayunos que se suben a las habitaciones. Sin olvidar el detalle del pequeño florero con alstroemelias conservadas en heladeras para mantener su fulgor hasta la mañana.
Veinticuatro horas ininterrumpidas son las que se trabajan en este restaurant tipo buffet del hotel, a diferencia del Saint Tropez, el comedor estrella del Conrad que deleita sólo en las noches con sus especialidades mediterráneas, y donde es posible dejarse tentar con el plato top del hotel: el lobster (langosta traída desde Maine, Estados Unidos) que cuesta 290 dólares y bien se puede acompañar con un vino de otros 900, o algún otro más económico entre las 76 variedades que descansan en la cava del Conrad.
Para los cuatro restaurants del hotel, la brigada de la cocina prepara unos 400 cubiertos por día en un mes de baja temporada y hasta 2 mil en las agitadas jornadas de verano, cuando se suma otro punto gastronómico frente a la piscina.
Por las ollas y las cuchillas de los 64 cocineros pasan 250 kilos de langostinos por semana, 200 de langostas al mes, unas 30 toneladas de carne y otras 24 de pescado por año. Semanalmente se procesan otros doscientos cincuenta kilos de papas, 20 de lechugas, 800 de naranjas, 100 de manzanas y 120 de bananas; 25 kilos de muzzarella búfala y mil 500 litros de yogurt de frutilla, que terminan en alguno de los 120 platos o cien postres a disposición del huésped, que vale aclarar, no es el único destinatario de estos manjares.

A la fila de comensales deben sumarse los clientes que contratan el servicio de catering del hotel, navegantes que compran las canastas para sus barcos amarrados en el puerto de Punta del Este, jugadores VIP del casino que cuentan con un buffet permanente junto a las mesas de ruleta, y las almas desestresadas del spa que, entre masaje y jacuzzi, alimentan el cuerpo con manjares light.
Ni que decirlo, tras todo gran cocinero, hay un gran lavaplatos. Si la máxima no existe, debería inventarse al observar el trabajo implacable de estos guardianes de la limpieza, que devuelven el brillo a los seis mil platos, dos mil cubiertos, e infinitas copas de 18 variedades (vino, champagne, agua, refresco, licor, etcétera, etcétera) que conforman la loza del Conrad .
Sin embargo, el mayor movimiento de platos y tenedores tiene lugar fuera del alcance de todo huésped o cliente. El restaurant que más gente convoca en toda la Península está ubicado en el laberinto de corredores ocultos del hotel. Sabores y Matices es el comedor donde los empleados del Conrad desayunan, almuerzan, meriendan y cenan. Sin cargo alguno, obvio. Allí se sirven casi 3 mil platos al día, en un ambiente distendido que suma televisión, equipo de música, cabina telefónica english style, y sala de fumadores. El acceso no está limitado en cantidad de veces y más de uno se da una vueltita cada tanto para saborear alguno de los mil 800 bizcochos diarios que la pastelería del hotel elabora especialmente para sus empleados. Así da gusto.

Ochenta son los guardias de seguridad que permanecen apostados en las áreas públicas del hotel. Hombres y mujeres jóvenes atentos a todos los movimientos y en conexión con un centro de vigilancia que monitorea las cámaras distribuidas por todo el edificio. Igualmente conectadas, pero a una central, permanecen las ocho telefonistas. "Gracias por llamar a Conrad. ¿En qué puedo servirle?". La frase se repite unas mil 500 veces durante las 24 horas del día y se duplica en las ajetreadas jornadas estivales.
La tarea exige mucho tacto, y por sobre todo, atención a los requerimientos específicos de los huéspedes. Las telefonistas están conectadas en forma permanente con la recepción para estar al tanto de aquellos que desean pasar inadvertidos, o los que sólo están dispuestos a recibir determinados tipos de llamadas. Y por supuesto, la sonrisa siempre a flor de labios, como el día que debieron explicar a una persona que no podían darle una entrada gratuita al show de Elvis Crespo aunque quien llamaba aseguraba que tenía el mismo apellido del cantante y quería ir con la cédula a verificar si había algún parentesco.

Es que además de recibir las comunicaciones desde el exterior del hotel, estas paladinas de las comunicaciones conectan las áreas internas y ofician de servicio despertador. Y si bien los teléfonos de las habitaciones tienen especificado un número directo para cada servicio, no faltan quienes piden la tabla de planchar o las pantuflas a las telefonistas que, por supuesto, hacen todo lo posible para derivar los pedidos en tiempo y forma.
Como la conserjería, que se ocupa de requerimientos varios (medicamentos, reservas, etcétera) y satisface las necesidades de transporte. Son muchos los pasajeros, especialmente brasileños, que piden que se los lleve y traiga al Punta Shopping o a un restaurant de la Península en alguno de los cuatro autos, dos limusinas (preferidas por los jugadores VIP), y un par de camionetas que conforman la flota del hotel.

 

Y aunque el trato es impecable para todos, se rumorea la existencia de unos 200 mimados, básicamente grandes jugadores del casino, cuyas exigencias son mayores a las de un huésped promedio. En la mayoría de los casos son invitados por el propio hotel.En verano, cuando la ocupación llega al 100 por ciento (unos 500 viajeros) el desfile de personas frente al mostrador de la conserjería y recepción es incesante. Pero el mayor desafío es disponer de una alta ocupación durante todo el año. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña, dicen.

Pues bien. Punta del Este no es un destino turístico internacional con gran afluencia de vuelos, por lo tanto Conrad procura disponer de la capacidad aérea necesaria para que los huéspedes lleguen hasta el hotel. Especialmente aquellos interesados en gastar unos dólares en el casino.
Es así como a través de la oficina Conrad Escapes, que oficia de agencia de viajes, cada semana el hotel compra a Pluna cien lugares de ida y vuelta a la Argentina, cifra que sube al doble durante los fines de semana largos de la vecina orilla. Se usen o no, Conrad paga esos pasajes a la aerolínea para asegurarse que contará con las plazas necesarias. Es gracias a convenios como éstos, que funciona el vuelo diario Punta del Este-Buenos Aires.
De Brasil, los jugadores llegan principalmente desde Río de Janeiro, San Pablo, Porto Alegre y Curitiba. Para ellos también se bloquean plazas aéreas en Varig e incluso se disponen charters para facilitar las conexiones y evitar la tensión de largas esperas al pasajero. Son 20 mil los huéspedes argentinos y más de 10 mil los brasileños que cada año llegan al Conrad a través de este medio.


Pero no alcanza con facilitarles la llegada. La oferta debe ser atractiva, y para eso se tienden otro anzuelos. Los congresos son una fuente inagotable de clientes en otoño y primavera. Durante la temporada baja, estas instancias corporativas que se concretan a través del Departamento de Ventas atraen enormes contingentes de visitantes, para los cuales el hotel genera además actividades extras que terminan moviendo a todo Punta del Este. Torneos de golf, visitas a chacras marítimas y hasta clases de cocina pueden extender un congreso de dos días a una estadía de cuatro o más jornadas en el hotel.

Para los fines de semana, el Conrad organiza torneos en el casino, grandes fiestas y/o presentaciones de artistas de renombre internacional. Celia Cruz, Ricardo Arjona, Gloria Gaynor, Azúcar Moreno, Natalia Oreiro, Raphel, Christopher Cross, As Meninas, Julio Iglesias, Néstor Fabián y Violeta Rivas, Ruben Rada, y Adriana Varela, son sólo algunos de los nombres que han pasado por el escenario de la Mansa. Los artistas brasileños se presentan cuando está prevista una alta afluencia de huéspedes de ese país. La experiencia ha demostrado al personal de marketing que los norteños difícilmente se sientan atraídos por shows de artistas extranjeros.
Casi todos los sábados del año, los espectáculos atraen público de dentro y fuera del Conrad . Un departamento de montaje del hotel, con 13 personas especializadas en iluminación, ambientación y sonido, más diez chicas -hostess-- que reciben al público, se ocupa de todos los detalles. Por su lado, los artistas cuentan con dos camerinos que el hotel abastece con un tentador buffet para la trouppe.

Otros famosos prefieren el Conrad para el relax, tal como regularmente lo hace Paco Casal o hace pocas semanas el equipo completo del programa argentino de televisión Videomatch, con el propio Marcelo Tinelli a la cabeza. Y el lugar preferido para todos fue el spa. En verano, unas quinientas personas pasan por este centro de relajación y fitness que cuenta con sala de aparatos cardiovasculares y de musculación, una piscina climatizada bajo techo (a unos 34 grados) y otra al aire libre también climatizada (a unos 30 grados), sala de aerobics y cancha de tenis. Además, un área femenina y otra masculina consienten al cuerpo con hidromasaje, sala de relax, sauna, baño a vapor, cama solar, camerines para masajes, y duchas. Fuera del hotel, el spa organiza partidos de voley y/o fútbol en un sector exclusivo de la Playa Mansa.
Además de las veinte personas que trabajan en el spa, otras ocho se encargan del kids club, un servicio que entretiene a niños y adolescentes de los huéspedes ansiosos por tomarse un respiro. Los que no se toman ni un minuto son justamente esos ocho animadores que organizan paseos fuera del hotel, juegos y actividades deportivas desde las 10 de la mañana hasta altas horas de la noche.
En otro sector del Conrad, y en coordinación con el anterior, funciona la guardería que, en días pico del verano, ha llegado a atender hasta 500 niños. Los héroes a cargo de tan encomiable empresa son profesores de educación física que apenas sobrepasan los 20 años.

Tres de la mañana. Hall del Hotel. Dos limpiadoras se mueven sigilosa y rápidamente entre los mullidos sillones y las opulentas mesas ratonas para devolver el brillo a los pisos de mármol. En los 65 mil metros cuadrados que forman parte de las áreas públicas del edificio, una cuadrilla de 45 a 53 personas (dependiendo de la época del año) saca lustre a los pisos con 140 litros de cera por mes, y mantiene las áreas moqueteadas con 50 litros de desincrustrantes.
A través de unos dos kilos de bolsas de residuos desalojan del edificio unos cinco mil kilos de basura en baja temporada y 11 mil cuando calienta el sol.
Pero además de basura, las limpiadoras del hotel se encuentran a su paso con lentes, llaves de coches, teléfonos celulares y hasta placares enteros de ropa olvidada en las habitaciones. Cada uno de estos objetos se mantiene a resguardo del ama de llaves del hotel que, si tiene referencias de su dueño, le avisa sobre el objeto extraviado, se lo hace llegar, o lo guarda hasta que regrese. Si no hay reclamo, ni manera de identificar al legítimo dueño, transcurridos dos meses se lo regala al empleado del hotel que lo encontró o se lo dona a la parroquia cercana al hotel. Si el objeto en cuestión es de mucho valor, se procura encontrar al dueño por todos los medios, tal como ha sucedido con las decenas de billeteras y tarjetas de crédito que usualmente aparecen tiradas en el casino.

La marca Conrad forma parte de la línea estrella de la cadena estadounidense Hilton y el de Punta del Este es el único de esta empresa hotelera que cuenta con casino en América Latina.
Entre un 60 y 70 por ciento de quienes se hospedan en el hotel son asiduos a la sala de juegos. En verano, casi el 90 por ciento.

Los jugadores VIPSs, caracterizados por hacer fuertes apuestas, integran el Club Conrad, un espacio para privilegiados con cerca de mil 500 socios en más de 20 países. La gran mayoría son argentinos, brasileros y uruguayos, pero también hay miembros de Europa, Centromérica y Estados Unidos que destilan adrenalina sobre las 25 mesas de juego ubicadas en un sector de acceso controlado. El resto de los mortales busca a la diosa fortuna en alguna de las 56 mesas de juego y 579 slots que funcionan las 24 horas del día, con una breve interrupción de tres horas durante las madrugadas del invierno.

Quinientas son las personas que trabajan en el casino, con igual proporción de hombres y mujeres, y edades que rondan los 25 años. La mayoría fueron formados en la academia del propio hotel en cursos de cuatro meses que se dictaron poco antes de la apertura del Conrad en 1996. Pero el entrenamiento es permanente en una sala que emula al casino con mesas de juego reales y apuestas imaginarias.

El trabajo del croupier requiere una alta concentración debida a la gran cantidad de operaciones matemáticas mentales que supone estar frente a una mesa de juego. Por eso, cada media hora de trabajo, los croupiers cuentan con otra media hora de descanso en un salón especial. Conversan, leen, miran la televisión, toman café y algunos, no pueden con su genio y siguen jugando. Pero esta vez, entre ellos, y al backgamon. En verano, cuando las jornadas son especialmente aceleradas, el descanso se realiza cada una hora. Tal fragmentación de la tarea permite minimizar el porcentaje de error prácticamente a cero.

¿Un dato acerca de la intensidad del trabajo en el casino? En un mes de temporada baja como Setiembre, ingresaron a ese recinto 40.729 personas.
En Enero de este año, fueron 256.518.
En este hotel. los récords se rompen con frecuencia. Hasta el momento, se recuerda el de apostadores cuyo entusiasmo los ha llevado a jugar doce horas seguidas. Bueno, cuando se va ganando nadie quiere quebrar la racha. Pero en el casino se aconseja prudencia. Es mejor no perder la cabeza, porque si se pierden sumas desmedidas, no se vuelve. Y no es ese el objetivo del Conrad, precisamente.



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