Justicia en las venas

–Usted lleva 25 años repitiendo que se puede ser musulmán y tener unas leyes que respeten los derechos humanos, pero el régimen islámico que gobierna Irán parece no escucharla ni tener en cuenta las demandas de los jóvenes. ¿Cree que los ayatolás viven de espaldas al pueblo?

–No todo el gobierno de Irán está compuesto de ayatolás y no todos los ayatolás piensan lo mismo. Por ejemplo, algunos de ellos creen que la mujer no está autorizada a salir de su casa sin el permiso de su marido y otros opinan que una mujer puede llegar incluso a obtener el título de velayate fagí (líder supremo, como el ayatolá Alí Jamenei). Por tanto, no todos son iguales.

–Creo que sufrió una profunda depresión cuando los ayatolás le quitaron la toga.

 


–Sí. Después de la revolución se anunció que las mujeres no podían ser jueces; pero, debido a la fuerte campaña desatada, el sistema judicial se vio finalmente obligado hace trece años a aceptar mujeres. Eso revela que lo importante es cómo se interpreta y quién interpreta el Islam.

–La historia de Irán es un cúmulo de convulsiones; pese a ello, usted siempre tuvo aspiraciones. ¿Es cierto que de niña quería ser ministra de Justicia?

–Eso fue más tarde. Cuando terminé la Facultad de Derecho y me convertí en jueza. En aquel tiempo deseaba ser ministra de Justicia, pero ahora ¡jamás! Ahora pienso en algo con más peso que ser ministra, y es en ayudar a que se respeten los derechos humanos.

–Según su propia confesión, en su casa no manda ni usted ni su marido, sino sus dos hijas, la menor de las cuales, Nargis, dice que quiere ser presidenta.

–Cuando tenía ocho años, mi hija leyó en su libro que, según la Constitución iraní, sólo el hombre podía llegar a ser presidente. Me miró enfadada y me dijo: “¿qué puedo hacer? Yo quería ser presidenta”. Ahora acaba de empezar a estudiar derecho, y no es imposible que algún día tenga los méritos y calificaciones suficientes para convertirse en jefa del Estado.

–¿Debe la mujer ser ambiciosa?

–No, lo que la mujer iraní necesita es prepararse para volver a tomar y estabilizar su estatus en la sociedad. El futuro de Irán es de las mujeres.

–¿Qué la llevó a interesarse por los derechos de los niños?

–La situación de los niños iraníes, si la comparamos con la Convención de los Derechos de los Niños, no es la adecuada. Por ejemplo, la edad penal para las niñas era hasta hace unos meses de nueve años, y de 15 para los niños. Eso significaba que, si una niña de nueve años cometía un delito, podía ser castigada exactamente con el mismo rigor que yo si cometiera el mismo delito. Ésa era también la edad a partir de la cual podían casarse, pero ya se ha conseguido elevar a los 13 años.

–¿Por qué se hizo jueza?

La justicia fue siempre una cuestión primordial para mí, y ésa fue la razón por la que escogí la ocupación de jurista. Ese mismo principio es el que me mantiene activa en la defensa de los derechos humanos.

–¿Le gustaría volver a ejercer?

–Ser jueza es muy difícil con las leyes actuales. Yo estoy en contra de muchas de ellas. No podría, por ejemplo, condenar a una mujer a ser apedreada hasta la muerte.

–¿Qué representó para usted el Premio Nobel de la Paz?

–Tiene para mí el significado de que el mundo ha aceptado que el Islam no es una religión de terror, que ha llegado a la conclusión de que las mujeres musulmanas no están en una buena situación y que valora la campaña de las mujeres por la libertad.

–El mundo entero se sorprendió cuando el Comité del Nobel anunció su nombre. No hay que olvidar que uno de sus competidores era el Papa, lo que irritó al ex presidente polaco Lech Walesa, que afirmó que usted no se lo merecía. Sin embargo, parece que usted ya lo esperaba desde hacía tiempo.

–Siempre pensé que un día ganaría ese premio, pero pensé que lo obtendría cuando tuviera 80 años. Creí que tenía que escribir muchos más libros, y dar muchas más conferencias, y hacer muchos más viajes, pero gané el premio 25 años antes de lo pensado.

–El ala dura del régimen ve en usted a una infiltrada del enemigo, la izquierda la vitupera por no haber aprovechado la ventaja que le concede el Nobel para alzarse contra los ayatolás, y usted critica al presidente Mohamed Jatamí “por su falta de decisión”. ¿Está a favor de la reforma o del cambio drástico en su país?

–Lo importante no es cómo se llame el gobierno, sino el contenido. En Irán hay algunas cuestiones que deben cambiarse, incluida la situación legal de las mujeres y el estado de la democracia.

–¿Qué opina de los latigazos como condena?

–Estoy en contra. Si una mujer comete una falta puede ser castigada de diferentes formas, como con una multa.

–En Irán rige desde hace un cuarto de siglo la ley islámica, la sharia, que propone cortar las manos a los ladrones...

–Me opongo.

–Anualmente, en su país, más de un centenar de personas son ahorcadas públicamente o ejecutadas. ¿Está a favor de la pena de muerte?

–Absolutamente en contra.

–¿Qué opinión le merece el que, ante un juez, el testimonio de un hombre valga el doble que el de una mujer y que el llamado precio de la sangre (la indemnización que el homicida paga a la familia de la víctima) por un hombre sea también dos veces el de una mujer?

–Desgraciadamente, ésa es la realidad de la ley iraní actual, y estoy en contra de que se mantenga. No es correcta, y muchos de nuestros mulás sostienen que ese precio de la sangre no emana de la ley islámica. Las penas por asesinato deben ser iguales.

–¿Cuál ha sido su momento más feliz?

–Muchos. Cuando veo que la gente es feliz, yo también lo soy. La felicidad es contagiosa, al igual que la tristeza.

 

(El País de Madrid. Derechos Exclusivos)




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