Las ilustraciones de Jordi Labanda son una radiografía de una clase social pudiente que no excluye al nuevo rico. Su obra, de trazo suntuoso (siempre en gouache sobre papel), se distingue por reflejar personajes y ambientes de una contemporaneidad clásica, aportando un nuevo concepto de modernidad. Su punto de vista sobre conductas sociales, arte y relaciones humanas, a veces irónico, a veces fotográfico, refleja un profundo análisis social y estético del tema representado. Por esta razón no llama la atención que el fundador de Wallpaper, Tyler Brûle, diga que cuando lanzó al mercado la mítica revista en 1996 necesitaba encontrar un socio que pudiera recoger y plasmar en papel a todos esos personajes que durante mucho tiempo habían ido desfilando en sus sueños. Esos personajes eran socialites libaneses pasándoselo en grande en San Pablo, jóvenes argentinos de cuerpos tonificados comprando snacks en Liguria, asistentes de vuelo de la antigua Swissair desembarcando en Accra o supermodelos suecas nadando desnudas en el archipiélago de Estocolmo. “Afortunadamente, Jordi Labanda tenía una colección similar de amigos y freaks arremolinándose en su cabeza y el talento para trasladar toda su sastrería exquisita, sus excentricidades, sus complicados coiffures y sus recargados accesorios a los ambientes más suntuosos”, escribe Brûle en el prólogo de Hey Day, el libro que recopila lo mejor de la obra de Labanda.
Cuando se le pregunta si el universo de la ilustración bien podría aportar una nueva dimensión a diferentes campos, el joven y consagrado ilustrador contesta: “en mi caso ya lo está aportando al mundo de la papelería –ahora las papelerías parecen tiendas de moda y las tendencias son tan importantes como en los escaparates de ropa. Además de revolucionar el mundo de las camisetas y el textil en general”.
El boom de las viñetas de Jordi Labanda ya cautivó al Viejo Continente, y a la velocidad con que las tendencias cruzan hoy los océanos, no es nada improbable que pronto los uruguayos quieran sumergirse en su satinado mundo.
Como sugiere Brûle: “pasa unas cuantas horas en las páginas de Hey Day y es probable que te acabes viendo arrastrado hasta un universo similar de interiores exuberantes, jardines opulentos, culos prietos, narices pecosas, días soleados y fiestas interminables”.



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